Este país es la cuna del índice nacional de felicidad. Pero ¿cómo es realmente vivir allí?
Alexandra Ferguson
Thimpu, Bhután (CNN) — Situado entre China e India, los dos países más poblados del mundo, en lo alto del Himalaya, se encuentra Bhután. Conocida como la Tierra del Dragón del Trueno, es una monarquía budista de 700.000 habitantes que lleva apenas desde 1999 con emisiones regulares de televisión.
La mayoría de los extranjeros que han oído hablar de Bhután saben dos cosas: que el país cobra a los visitantes internacionales una tasa de desarrollo sostenible (también conocida como impuesto turístico) de US$ 100 al día, y que es la cuna del Índice de Felicidad Nacional Bruta, un sistema destinado a velar por el bienestar de los ciudadanos y el medio ambiente.
A medida que este reino, antaño oculto, se abre poco a poco al mundo, estos factores por sí solos lo convierten en un interesante destino turístico, junto con templos históricos, rutas de senderismo y trekking poco concurridas e impresionantes paisajes del Himalaya.
Pero, ¿es realmente feliz? ¿Y qué significa eso para sus habitantes? Sus ciudadanos tienen diversas respuestas.
“Lo primero de lo que hablan (los extranjeros) es de la felicidad nacional bruta que promovemos en Bhután”, dice KJ Temphel, fundador del grupo conservacionista Green Bhután. “Creo que definitivamente vivir en Bhután, para mí personalmente, es bastante tranquilo y estoy muy feliz de estar aquí”.
El Informe Mundial sobre la Felicidad, publicado anualmente por la Universidad de Oxford y las Naciones Unidas, sitúa a las naciones nórdicas Finlandia, Suecia y Dinamarca en los primeros puestos de su clasificación de felicidad. La lista clasifica a 143 naciones y territorios de todo el mundo, pero Bhután no es uno de ellos.
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“Debo decir que nuestra gente era realmente feliz, pero ahora, debido a todas esas cosas modernas y a todas esas tecnologías que están entrando, de alguna manera estamos más desconectados y entonces tendemos a estar más deprimidos y más tristes”, dice Tandin Phubz, creador de la página de Facebook Humans of Thimpu (Humanos de Thimpu), que presenta fotos y perfiles de gente común de la capital al estilo del famoso proyecto Humans of New York (Humanos de Nueva York) de Brandon Staunton.
“Bhután es un país budista. La espiritualidad y la religión tienen un efecto muy fuerte”, añade.
“Lo que ocurre es que con todos esos aparatos y televisores (la gente) se distrae de algún modo de esto. Tienden a olvidarse de hacer sus oraciones matutinas y vespertinas. Están con los teléfonos viendo TikToks, pasando el dedo arriba y abajo”.
En la Oficina General de Correos de Thimpu, los turistas pueden convertir uno de sus selfies en un sello oficial de Bután. Crédito: Money Sharma/AFP/Getty Images
Encuentro con el mundo
La modernización es un término relativo en Bhután. Los habitantes dirán con orgullo que Thimpu es la única capital del mundo sin semáforos, y que las tiendas y restaurantes son de propiedad y gestión local. Bhután es el raro destino mundial que no está lleno de marcas internacionales. Aunque hay unas pocas — puestos de avanzada de las lujosas cadenas hoteleras Le Meridien y Aman, por ejemplo– incluso la capital carece de logotipos corporativos.
La empresaria Chokey Wangmo cree improbable que empresas como McDonald’s y Starbucks lleguen nunca a Bhután, no por las políticas o costumbres locales, sino porque no sería un mercado rentable para ellas.
“Nuestra población es tan (pequeña) que ni siquiera podríamos recuperar el dinero de la franquicia en los próximos 10 años”, afirma Wangmo, que gestiona varios negocios en la ciudad de Gelephu, en el sur de Bhután, entre ellos una cafetería. “Aunque toda la población venga y se tome un café cada día, les resultará muy difícil devolver ( la cuota de la franquicia)”.
Wangmo tiene un asiento en primera fila para ver cómo está cambiando Bhután. Gelephu, una ciudad de unos 10.000 habitantes cerca de la frontera con el estado indio de Darjeeling, fue elegida para albergar una nueva “Ciudad de la atención plena”, un proyecto encabezado por el rey del país, Gyalpo Jigme Khesar Namgyel Wangchuck.
Tandin Phubz, creador de Humans of Thimpu, rara vez se encuentra sin una cámara en la mano. Crédito: Tandin Phubz
Sería imposible imaginar Bhután sin su quinto monarca. En casi todos los hogares y negocios de Bhután hay retratos del rey y su familia real (él y la reina Jetsun Pema tienen tres hijos pequeños), expuestos como en otras naciones se cuelgan las banderas nacionales. Las fotos del rey están omnipresentes en los templos budistas del país, colocadas junto a imágenes de lamas y cargadas de ofrendas de flores, frutas y dulces.
“Si nos fijamos en las casas de la iniciativa privada, la gente rica de Bhután, sus casas son enormes y bastante decorativas”, dice Temphel. “Pero si nos fijamos en las casas de nuestra familia real, son muy pequeñas y tienen una vida sencilla y creo que humilde. Y eso es lo que importa. Creo que piensan en el país y en la gente. No piensan en sí mismos, sino en la gente del país”.
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Una generación al borde
Cada vez son más los jóvenes que abandonan Bhután para estudiar y trabajar en el extranjero. Phubz, un veinteañero que actualmente vive en Perth, Australia y cursa una maestría en Comunicación, forma parte de la nueva generación de Bhután, y compagina su amor por la familia y la herencia con el deseo de conocer más mundo.
“Hay una cita butanesa que dice: ‘Haz lo que haga el vecino. Si él o ella va y ordeña la vaca, tú vas y ordeñas la vaca. Si ellos van a trabajar al campo, tú vas y trabajas en el campo'”. Lo compara con la tendencia actual de los jóvenes a marcharse a trabajar y estudiar al extranjero. “Los padres sienten que, ‘Oh, el hijo o la hija de ese vecino se va a Australia, yo también tengo que enviar (al mío)'”.
Temphel concuerda con esos sentimientos y dice que le preocupa que Bhután tenga un gran desequilibrio demográfico, con más ancianos que jóvenes, similar al de otros países asiáticos como Japón y Corea del Sur.
“Lo que me preocupa es que después de siete años en otros países, uno está más familiarizado con las costumbres y los hábitos de otros países, por lo que les resultaría muy difícil adaptarse inmediatamente a Bhután”, afirma.
Los butaneses que quieren explorar el mundo no pueden simplemente hacer las maletas y marcharse. Sólo tres países tienen embajadas diplomáticas en Thimpu, lo que significa que la mayoría de las relaciones internacionales tienen que pasar por la India. La moneda de Bhután, el ngultrum, está vinculada a la rupia india, y la mayoría de las tiendas y comercios aceptan ambas monedas.
El Henley Passport Index clasifica el pasaporte de Bhután en el puesto 87 de los más poderosos del mundo, ya que sus titulares pueden acceder a 55 lugares sin visado, una lista en la que no figuran Estados Unidos, Australia ni la Unión Europea.
La empresaria Chokey Wangmo dirige varios negocios en la ciudad de Gelephu, en el sur de Bhután. Crédito: Chokey Wangmo
El único centro de aviación internacional de Bhután, Paro International (PBH), es uno de los descensos aeroportuarios más bellos del mundo, pero también uno de los más complicados desde el punto de vista logístico. Situado en un valle entre dos montañas, sólo los aviones más pequeños pueden entrar y salir con seguridad. Por ello, Paro sólo ofrece vuelos cortos a las cercanas Bangkok, Dhaka, Katmandú y Nueva Delhi.
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Sin embargo, parte de esa logística puede resultar más fácil. Además de ser la sede de la nueva Mindfulness City, Gelephu ha sido elegida para albergar un nuevo aeropuerto internacional. Gracias a su terreno más llano, habrá espacio para pistas más largas y, probablemente, para aviones jumbo que puedan llegar hasta el Medio Oriente, Europa y más allá.
Según datos del Gobierno, la renta per cápita en Bhután es de 115.787 ngultrum (US$ 1.387) al año. Cuando un vuelo de Paro a Bangkok cuesta US$ 350, los viajes internacionales siguen estando fuera del alcance de muchos butaneses.
Los extranjeros que desean emigrar a Bhután, sin embargo, no lo tienen fácil. Sólo los ciudadanos butaneses pueden comprar tierras, y la única forma de obtener la ciudadanía butanesa –incluso si se está casado con alguien de Bhután– es mediante la aprobación personal del rey.
Lo que viene después
Wangmo, que pasó sus años de estudiante en la India antes de regresar a Bhután, ha podido ver su patria desde una perspectiva tanto local como extranjera.
“La forma en que vivimos ya es antigua”, afirma. “Tenemos que aprender y aceptar nuevas formas”.
Pone varios ejemplos de la cultura laboral que, en su opinión, han dificultado las cosas a los empresarios: por ejemplo, no pudo encontrar un banco en Bhután que le permitiera rellenar los papeles de la cuenta por Internet en lugar de ir en persona.
Wangmo dice que cosas como la programación de reuniones, los mensajes fuera de la oficina y el servicio de atención al cliente en línea no suelen existir en las oficinas butanesas.
La mayoría de los empleos en Bhután exigen el uso de la vestimenta tradicional -una prenda de una sola pieza llamada gho combinada con calcetines hasta la rodilla para los hombres, y un conjunto de chaqueta y falda de dos piezas llamado kari para las mujeres, pero algunos usan dénim y camisetas los fines de semana.
Temphel, de Green Bhután, dice que la mentalidad butanesa está centrada en la comunidad, donde todos se conocen y se cuidan unos a otros. Es habitual que los vecinos lleguen a una casa sin invitación y que todo el pueblo visite a un recién nacido o reciba a alguien de vuelta del hospital.
Para Wangmo, este espíritu de comunidad puede ser a veces asfixiante. Dice que le cuesta decir a la gente que quiere cenar sola o que no quiere invitados todos los días.
Y a pesar del sistema sanitario público y gratuito de Bhután, cree que falta algo fundamental: honestidad en torno a la salud mental. En el Coffee Cat Café, del que es propietaria y gerente en Gelephu, se anima a los clientes a hablar de su salud mental entre ellos.
Wangmo afirma que muchas personas llegaron a un punto de quiebre durante la pandemia, ya que el aislamiento forzoso les sacó de las redes que tan bien conocían.
“Nadie socializaba por culpa del covid”, afirma. “Y entonces, una vez que empezaron a hablar, comprendieron lo importante que era compartir lo que sentían. Y creo que fue entonces cuando la conversación sobre salud mental salió a la luz. Creo que la salud mental es una lucha muy, muy personal”.
Para facilitar que la gente se abra, Coffee Cat Café organiza actos como recitales de poesía. Hay citas motivadoras escritas en las paredes y una biblioteca bien surtida. En sus redes sociales hay campañas para acabar con el estigma de la menstruación y animar a las empresarias.
Para Wangmo, que está formando al personal de su restaurante y cafetería para que tengan una mentalidad más centrada en el turista, el cambio no ha llegado lo suficientemente rápido.
“El mero hecho de que llevemos ropa diferente y tengamos todos esos coches de otros países no nos va a servir para nada”, afirma. “El cambio nos va a afectar mucho. Algunos no están contentos, otros tienen miedo, no saben qué va a pasar, si podrán sobrevivir. Pero cuando somos una sola fe, tenemos que hacerlo, no hay nada que no podamos hacer”.
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