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ANÁLISIS | Putin ha puesto a prueba la determinación de Occidente sobre Ucrania. ¿Forzará Trump su colapso?

Por Nick Paton Walsh, CNN

El líder británico en tiempos de guerra Winston Churchill dijo una vez que era optimista, ya que no tenía sentido ser otra cosa. El año que se avecina en Ucrania ha dado lugar a un optimismo salvaje, quizá intencionado, por parte de Kyiv y, al menos públicamente, en partes de la OTAN de que la entrante administración de Trump puede efectuar un cambio significativo y diplomático.

Tienen pocas opciones, ya que el alcance del respaldo estadounidense decidirá el resultado de esta guerra, y el círculo íntimo de Trump está lejos de estar persuadido, si no es que ya se muestra reacio, a continuar con el actual nivel de apoyo, casi adecuado, del Gobierno de Biden. Sin embargo, el historial de negociación y paz de Moscú durante una década de guerra en Ucrania debería ser motivo de gran cautela, sino de cinismo.

Keith Kellogg, el enviado a Ucrania del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, lleva tiempo planteando los principios básicos de un acuerdo de paz optimista en un documento político que escribió para un grupo de reflexión el pasado mes de abril.

Los principios implican un alto el fuego, que Ucrania entre en conversaciones como condición para recibir más ayuda militar, y una posible zona desmilitarizada, para garantizar el congelamiento de los frentes actuales. El plan depende en gran medida de la complicidad de Moscú para poner fin a la guerra en los términos ideados por Estados Unidos, y no resuelve el principal problema que evalúa: que Ucrania necesita más armas de las que la OTAN puede proporcionarle cómodamente. Sin embargo, los aliados de EE.UU. están examinando las propuestas de Kellogg con cierta seriedad, para al menos, según parece, estar preparados y dispuestos.

Un funcionario de defensa europeo dijo a CNN que había “discusiones activas” sobre cómo las naciones de la OTAN podrían desplegar efectivos para ayudar con una zona desmilitarizada, si una llegara a ser parte de cualquier acuerdo de paz, y se les solicitara. Los funcionarios occidentales han reiterado a menudo su opinión acerca de que Moscú sigue siendo reacio a abrir un conflicto a gran escala con la propia OTAN.

Quizá la presencia de algunas tropas de la OTAN a lo largo de las líneas del frente ucraniano podría frenar al Kremlin en su intento de avanzar lentamente, a pesar de un acuerdo de alto el fuego, como ya ha intentado en otras ocasiones.

El lunes, el presidente Volodymyr Zelensky dijo que había discutido el despliegue de “contingentes asociados” de fuerzas en Ucrania con su homólogo francés, Emmanuel Macron. París ha planteado recientemente la idea de desplegar fuerzas francesas en Ucrania para entrenar, pero los medios ucranianos fueron más allá y especularon con que esto podría referirse al germen de una fuerza de mantenimiento de la paz de la OTAN.

El domingo, el nuevo asesor de Seguridad Nacional de Trump, el legislador estadounidense Mike Waltz, comentó en ABC News sobre la guerra en Ucrania: “Todo el mundo sabe que esto tiene que terminar de algún modo diplomáticamente”. Sus comentarios fueron aprovechados el martes por el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov, quien dijo que significaba que el equipo de Trump estaba abordando “la realidad sobre el terreno”, informó Reuters.

Trump heredará una alianza de la OTAN de la que ha expresado su escepticismo y en la que la unidad del mensaje de apoyo a Ucrania está empezando a desmoronarse. Aunque el canciller de Alemania, Olaf Scholz, rompió meses de aislamiento diplomático del presidente de Rusia, Vladimir Putin, con una llamada telefónica en noviembre, los miembros más orientales de la OTAN son muy conscientes de la amenaza de un Kremlin envalentonado por unos altos el fuego parcialmente cumplidos, y siguen centrados en la derrota duradera de Moscú como la mejor forma de garantizar la seguridad europea.

Kaja Kallas, ex primera ministra de Estonia y ahora Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, declaró a CNN desde Roma que creía que Ucrania aún podía ganar con la ayuda adecuada.

“Lo que está en juego para la seguridad europea es extraordinariamente alto”, afirmó. “La escala de los ataques híbridos en Europa ya ha aumentado y la derrota de Ucrania nos costaría mucho más que la ayuda”.

“Putin ha demostrado un desprecio total por el derecho internacional y no se puede confiar en él. Sin garantías de seguridad creíbles, es probable que fracase cualquier acuerdo de alto el fuego. Rusia simplemente se rearmará y volverá a atacar”. Un mal acuerdo de paz “solo conducirá a más guerra, igual que antes”, añadió. “Debemos aprender del pasado y asegurarnos de que cualquier acuerdo futuro sea sostenible”.

Las anteriores promesas de paz de Rusia en Ucrania se han caracterizado por el engaño, lo que sugiere que el alto el fuego podría ser solo de nombre. En la invasión inicial de 2014, Crimea fue tomada por una pequeña fuerza de “hombres verdes” que arrollaron las bases ucranianas en la península mientras negaban que fueran militares rusos. (Putin admitió más tarde que lo eran).

Los “levantamientos” dirigidos por mercenarios que tomaron partes de la región del Donbás en los meses siguientes también fueron una cortina de humo poco convincente para la anexión de Moscú. Rusia a menudo perseguía con entusiasmo sus objetivos militares mientras hablaba de paz, y en febrero de 2015 completó su avance hacia la estratégica ciudad de Debaltseve, justo en medio de las conversaciones de paz en Minsk, tomando finalmente la ciudad durante los primeros días de un alto el fuego.

Quienes estuvieron allí, recuerdan un proceso viciado. Alexander Hug, que dirigió sobre el terreno la misión de observación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa que supervisó los alto el fuego de 2014-15, declaró a CNN: “Ningún alto el fuego es perfecto. Es inevitable que se produzcan violaciones. La cuestión clave es qué prevé el acuerdo en términos de sanciones y medidas correctivas”. Dijo que si cualquiera de las partes se salía con la suya, “se tiene una invitación abierta para más de lo mismo”.

Añadió que “las situaciones de entonces y de ahora no son las mismas” pero que las “lecciones clave extraídas hace 10 años siguen siendo válidas hoy”.

La narrativa de Moscú también ha cambiado drásticamente en la última década, al igual que su tasa de bajas. En 2014, Putin fingía a menudo no tener ningún control sobre los “levantamientos separatistas”, y los militares rusos sufrían relativamente pocas bajas a cambio de importantes ganancias territoriales.

A medida que la guerra se acerca a su cuarto año, los funcionarios occidentales evalúan que las ganancias graduales de Rusia a lo largo de la línea del frente suman hasta 1.500 muertos y heridos al día, y el número de víctimas se acerca a 700.000 bajas para la guerra, según el Ministerio de Defensa del Reino Unido.

El Kremlin también ha presentado la guerra como una batalla existencial contra toda la OTAN, quizá para excusar su titubeante actuación. Por otro lado, la OTAN aún no ha comprometido tropas en el conflicto en absoluto, solo su equipo menos deseable.

Este desequilibrio en cómo se percibe el conflicto deformará la mesa de negociaciones. Rusia simplemente tiene más en juego que la OTAN. Y puede hacer más difícil para Putin aceptar concesiones menores de Kyiv en las conversaciones, y buscar más bien ganancias mayores.

Hay esperanzas de que la imprevisibilidad de Trump, y su aparente deseo de evitar ver bajo su mandato una repetición de un bochorno para EE.UU. comparable a la retirada de Kabul, podría decidirle a ver fracasar a Putin. Pero eso requeriría que el presidente electo invirtiera dos constantes clave en su comportamiento: el deseo de no molestar públicamente al jefe del Kremlin y de reducir la implicación de Estados Unidos en conflictos extranjeros.

A Kyiv y a otros miembros de la OTAN les gusta evocar la idea de “paz a través de la fuerza”. Pero el mayor riesgo de este año es un proceso diplomático lento, incluso tortuoso, durante el cual la adhesión imperfecta de Putin a un alto el fuego, y las probables continuas ganancias territoriales menores, dejen a los aliados de Ucrania divididos, e incapaces de decidir qué nivel de violación merecería la plena implicación de la OTAN en represalia.

Como en 2014, ¿se entra en guerra por Crimea o por Debaltseve? Si se despliegan tropas de la OTAN o europeas a lo largo de una zona desmilitarizada, ¿qué nivel de violación, o de bajas entre ellas, merecería una represalia de la OTAN contra otra potencia nuclear? ¿Estaría de acuerdo la Casa Blanca de Trump con sus aliados europeos?

Y una vez que la unidad de la OTAN y la intensidad de su apoyo a Kyiv empiecen a decaer, y los gobiernos europeos empiecen a cambiar, puede ser difícil volver a encenderla. Putin lo sabe, y ha jugado con ello antes. Pero solo ahora tiene un simpatizante aparente en la Casa Blanca como Donald Trump.

Puede que el tiempo no esté del todo del lado de Putin, dada la rápida combustión de vidas rusas, de reservas financieras y de una economía ferozmente recalentada por las bonificaciones por enlistamiento militar y las indemnizaciones por fallecimiento. Pero este año, el jefe del Kremlin verá cómo la única constante que hizo sonar más fuerte el reloj en Moscú, el respaldo unificado de la OTAN a Ucrania, se transforma en la lenta y generosa diplomacia que explotó en 2014. Eso, combinado con la tenacidad brutal y lenta de Rusia en el campo de batalla, puede ser suficiente para acercarle a la victoria que necesita.

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